sábado, 18 de agosto de 2007

Aprendices

APÉNDICE: 1. m. Anat. Prolongación delgada y hueca, de longitud variable, que se halla en la parte interna y terminal del intestino ciego del hombre, de los monos y de muchos roedores.


Cuando el cirujano me preguntó qué diablos era el tratamiento que me había estado tomando, sonreí, pero por dentro diez millones de lagartos me roían las tripas. Me llamaba Miguel, insistentemente. Creía que en vez de bisturí usaría un hacha con el mango de regaliz y que cuando interviniera se estaría tomando una sangría, cantando carnaval carnaval o cepillándose a un buey.

Cuando me despertaron sentí euforia, que obviamente empezó a decrecer conforme me acercaba a la habitación del hospital, observando los techos de los pasillos, terriblemente igual que en las series de médicos. Pero allí no estaba el doctor House, ni Grey, sino un puñado de empleados tratando de hacer su trabajo. Su trabajo era que me largara lo antes posible de allí.

Más preocupado por no viajar a Caracas que por saber si me habían metido un buitre en el intestino, mi objetivo durante toda mi estancia fue orinar la anestesia tumbado, cosa que no logré de ninguna manera, porque mi cerebro está programado para pensar que esas cosas no funcionan así. Que tumbado es imposible mear, que una pinga sin hembra no tiene fuerza suficiente. Que la física es la física. Por otro lado pensaba que si no orinaba la anestesia, la interiorizaría, que me convertiría en un hombre anestesiado, durmiente, inmune, como ya lo he sido alguna vez. Efectivamente, la euforia se había terminado.

Pero ocurrió algo en la noche. Para variar, mi vecino de habitación estaba vomitando (otro paisaje armonioso de mi estancia), pero de pronto alguien abrió la puerta, entró una luz cegadora (como diría la canción, cualquier canción) y en el contraste esa persona se acercó muy despacio, llevaba una bandeja en las manos, y sobre la bandeja, un coro como el orfeón de grande, que cantaba: No, no, no te moverás, no, no, no te moverás laralalá la la laralala-lá, no te moverás. Enseguida comprendí que tenía que mear de inmediato la anestesia, y como somos capaces de pensar dos cosas al mismo tiempo, también pensé en lo poco que había evolucionado la medicina, así que no sentí miedo al incorporarme en la noche, ponerme de pie, meterla en el tubo cónico y dejarme llevar por la naturaleza. Llené la cuña, abrí los ojos y me di cuenta de que había apoyado mi brazo sobre la cabeza de la señora que acompañaba a mi vecino. Desde aquí agradezco a la señora que no hiciera ningún comentario ni entonces ni ahora, ya que fue muy embarazosa, especialmente para ella, que es una señóra muy bajita.

A partir de allí ya me comporté como un hombre, es decir, apretando cada dos minutos el botón de las enfermeras, preguntándoles cosas como si eso es Pladur o cemento, o cosas como qué pasaría si las cremalleras de los pantalones estuvieran al bies.

Simpatiquísimas, hicieron su trabajo de maravilla y me largaron pronto a casa.

1 comentario:

cachota dijo...

Que pasa pues torpedo???

Tas puesto malico y ya te han curado,me alegro que todo haya salido bien.

Recuperate y pronto nos vemos.
Un abrazo.