martes, 8 de mayo de 2007

La buena suerte, la mala baba

Tienen nombre de héroe de cómic: Dacortín, 30 mg. Me las chuto desde la semana pasada. He recuperado las defensas, y a consecuencia de ello, las fuerzas, el ánimo y buena parte de la voluntad. Mi sistema inmunológico era un ejécito de centenarios borrachos que apenas se sostenía sobre sus lanzas, glóbulos blancos que se decían te quiero te quiero entre sí...viejos ebrios crónicos defendían mi cuerpo de ataques tan simples y tan trágicos como mosquitos, inofensivos virus y ruindades varias. Y mi vida durante unas semanas se había limitado a la impotencia de observar cómo se me zampaban los agentes externos y mi cuerpo apenas reaccionaba, y si lo hacía, era para decirme tatequietomerluzo.

Pero Dacortín parece haber devuelto al cuerpo lo que le corrspondía de suyo.

Todo esto viene porque estaba yo tan feliz pensando en estas preciosas consecuencias, en haberme recuperado de puta madre, etc...cuando un camión, que venía de Tudela, y lleno de paja hasta arriba, ha hecho un giro tonto por ir demasiado deprisa en una curva (la curva de 80 después de Murchante). El coche que iba delante ha pensado que el camión se lo iba a tragar y ha frenado en seco, yo he frenado en seco y los de atrás me han dado por el culo pero a base de bien. Colisión múltiple, pero no se asusten, yo estoy en perfecto estado y no hubo ni un herido; mi pobre Mondeo está en el taller a la espera de su Dacortín particular y yo en este momento escribiendo ésto y tratando de preguntarme por qué carajo antes de salir de casa esta mañana he pensado que me iba a pasar algo, que tenía que ver con el coche, que no iba a ser nada y que además escribiría sobre ello en el blog.

Yo sé que algunos le echaréis la culpa a mi amiga Rakel. Puede que tengáis razón. Pero yo se la echo al imbécil del camión que ni siquiera tuvo huevos de pararse y huyó con su carga en sobrepeso, y llegaría a su casa muerto de miedo por si alguien anotó su matrícula (nadie anotó su matrícula). Nervioso, se le caería un yogur al suelo y luego le metería una hostia al hijo por llorar. O por reir. En su conciencia habitará la incertidumbre de si alguien murió en este accidente, y yo espero que en su imaginación haya cientos de muertos de mentira, y, en su caso, que yo no fuera uno de ellos. Yo no quiero estar muerto; y mucho menos en la mente de ese grandísimo hijodeputa.